Es habitual ver en nuestras ciudades andamios levantados alrededor de edificios para la rehabilitación de las fachadas. No es tan habitual, sin embargo, que esa rehabilitación atienda a ningún tipo de criterio energético. Fundamentalmente se limitan a consolidar y reparar los elementos dañados para evitar poner en riesgo la seguridad de los viandantes, o detener la degradación del edificio por falta de conservación. En todo caso, la obra suele responder a la dimensión de las actuaciones señaladas previamente por un arquitecto en el informe de la Inspección Técnica del Edificio y persigue, únicamente, obtener el certificado de aptitud del edificio. Pero no se aprovecha la operación para darle ningún valor añadido.
Desde mi punto de vista profesional y como usuario, es un error no aprovechar la necesidad de realizar esas obras para mejorar el comportamiento energético de los edificios. Como para rehabilitar una fachada hay que movilizar una serie de recursos que repercuten de forma significativa en el coste de la obra (andamios, maquinaria, desplazamientos de personal), la inversión añadida que requiere una rehabilitación energética respecto a una rehabilitación convencional no es muy elevada y se recupera rápidamente (en un plazo aproximado de unos cinco años). El ahorro energético que conlleva en calefacción y aire acondicionado puede ser de hasta un 80%, lo que supone una serie de beneficios que repercuten positivamente y de forma transversal en nuestras vidas. Por un lado, está el beneficio directo que supone disponer del dinero ahorrado para otras cosas. En la economía familiar puede permitirnos, por ejemplo, comprar alimentos de mayor calidad, pagar la cuota del gimnasio o disponer de más dinero para el ocio. En la economía empresarial, reducir costes y poder ofrecer mejores precios por nuestros servicios o productos. Además, estaríamos mejorando la certificación energética del edificio, con el incremento de valor que conlleva. Por otro lado, al reducir el consumo energético estaremos contribuyendo a la calidad del medio ambiente, a la sostenibilidad, y a reducir la lucha por los recursos energéticos y la pobreza energética. Y, por último, mejorar la economía de nuestro país al reducir la dependencia energética exterior.
Podemos concluir que se le puede sacar mucho provecho a la rehabilitación de una fachada. Incluso se puede mejorar el mundo.
Sergio Sanz
Arquitecto de KAITEK ARQUITECTURA